Mago de Oz embrujó a jóvenes de Barranquilla, a ritmo de metal
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Zeta y Frank, cantante y guitarrista de Mago de Oz, la banda española de folk metal. |
En el teatro Mario Ceballos Araújo, Mago de Oz habló con voz propia, una voz matizada en el sonido de violines celtas de aire gitano y tradición europea, endurecida al fragor de las notas metálicas de la batería ensordecedora, como golpes de martillo que cubrían el canto frenético de las guitarras eléctricas, una sinfonía que además agregó bajos, teclados, flautas y hasta un pato escocés con complejo de gaita. Un aquelarre musical.
Al inicio de lo que fue el primer concierto en Barranquilla de la banda española de folk metal la atmósfera parecía cantar por sí misma, acompañada por coros de los fanáticos barranquilleros que se adelantaban al espectáculo, entonando canciones que sin haber sido nunca interpretadas en suelo currambero ya tenían bien ganado su espacio en el corazón de los asistentes. En la cuarta fila del escenario un pendón con la leyenda ‘por fin podemos morir en paz’ hablaba por si solo sobre una larga espera que finalmente se veía terminada.
Rozando las nueve de la noche las luces finalmente se apagaron, iluminados tan solo por las antorchas de neón de la tarima fueron ingresando cada uno de los miembros actuales de la banda. Los más recientes Javi Diez en el teclado, Fernando Mainer en el bajo y el carismático Josema, quien estaba encargado de la flauta. Hasta los ya más veteranos Frank y Carlitos, que representan las guitarras del grupo; la sensual Patricia, segunda voz del grupo y corista; Mohamed, intérprete del magistral violín de Mago de Oz, y Txus, el líder y formador, cuya ovación al ingresar a escena solo pudo compararse con la del nuevo vocalista Zeta, quien fue recibido con los brazos abiertos por los rockeros barranquilleros.
Ya estando todo listo y todos en escena, la música se apoderó del ambiente, El libro de las sombras –la primera canción interpretada por el grupo– se abrió, dando comienzo al frenesí. La audiencia que luchaba desde hacia horas con la ansiedad se puso en pie a la primera señal de las cuerdas de las guitarras. El sencillo del ultimo álbum de la banda, Hechizos, Pócimas y Brujerías, fue coreado al tiempo que el suelo temblaba por los saltos acompasados de las personas que se encontraban en el Mario Ceballos Araújo.
Cada uno de los temas sucedió al otro sin pausas o silencios, Maritornes, La danza del fuego, Hasta que el cuerpo aguante, H2Oz, Sácale brillo a una pena. Fueron alrededor de dos horas de música repartidos entre viejos éxitos, canciones nuevas y breves espacios de peculiaridades, como cuando Josema realizó un show de extravagancia utilizando objetos tan variados como tablas de madera, un globo o el ya mencionado pato inflable, que arrancaron una sonrisa a los asistentes.
Quizá el punto culmen de la noche fue cuando el diapasón de Mohamed dio pie para que la locura de Don Quijote entrara a escena. Las voces se hicieron una sola mientras puños en el aire y manos con los dedos índice y meñique levantados se lanzaban contra imaginarios Molinos de Viento, la canción más conocida de Mago de Oz y por la cual muchas personas los escucharon por primera vez.
Cuando ya todo parecía acabado y el público respiraba agotado luego de cantar a todo pulmón los quince minutos de duración de la canción Finisterra, Zeta hizo el anuncio de que la fiesta acabaría con otra fiesta, una Fiesta Pagana. El tema reverberó tras las paredes del auditorio y mientras cada alma saltaba a un solo ritmo quedaba claro que las consignas de las letras que los hicieron famosos continúan vigentes.
La experiencia evidenció que una amistad es una sociedad que debe ser abonada con paciencia, pues se alimenta del tiempo. La relación del grupo español con sus fanáticos no empezó hace un año, ha sido un largo proceso de crecimiento mutuo que se observa en la fuerza con la que canciones con más de quince años seguían siendo entonadas como himnos de una generación de metaleros.
Por Rafael Pabón